domingo, 14 de marzo de 2021

Para las visitas



Recuerdo cuando era niña el estupor que me producía ir a casa de determinadas amigas y encontrarme que el salón era “para las visitas”.

Me sorprendía que la habitación más grande de la casa, la decorada con más esmero, permaneciera cerrada a sus habitantes que “hacían vida” o bien en la cocina o, si la había, en una sala más pequeña y funcional.

Y es que en mi casa o en la de mis abuelas nunca fue así, quizá por exceso de aforo, no sé, o por el carácter disfrutón que siempre nos ha caracterizado o porque, además, qizá somos anfitriones vocacionales a la hora de recibir gente en casa.

Y no, no es cuestión de criticar a nadie, simplemente quiero explicaros algo.

Cuando pregunté, la respuesta fue clara: es nuestra casa, todo el espacio es nuestro, nosotros somos los que tenemos que vivir aquí y, quien venga, lo entenderá y será uno más.

Así que lo asumí como una rareza más de la inefable familia en la que me tocó nacer.

El caso es que ahora, viendo como se está desarrollando la política de este país, me he acordado de esto.

Porque resulta que nuestra política es exactamente igual: No tomamos medidas para vivir nosotros mejor, lo hacemos “para las visitas”

Hace un año nos tuvimos que confinar y, en aquel tiempo la principal pregunta ya era ¿Qué va a pasar con el turismo? Y en cierto modo, era normal: al final esta comunidad y este país dependen del sector servicios y, en aquel entonces, lo de paralizar la economía quince días, como pensábamos que duraría, nos parecía impensable.

Así que nos metimos en casa. Y esperamos, unos más pacientes que otros, a que las condiciones sanitarias mejorasen lo suficiente para, al menos, recuperar algo de las libertades perdidas. Y quince días fueron tres meses.

Pero pasó y fue así, y comenzó la famosa desescalada. Y entonces la pregunta fue… ¿Qué va a pasar con el verano? ¿podrán venir las visitas?

Y no era una pregunta vacía, porque resulta que nuestra comunidad autónoma estaba bastante bien de cifras: Los contagios parecían medianamente en cifras bajas, la mortalidad del virus se había reducido y el buen tiempo nos estaba enseñando que el aire libre era mucho menos peligroso que los espacios cerrados, pero nos parecía que, en fin, en otras no se habían hecho igual las cosas.

Pues el caso esta vez fue que pasamos un verano atípico pero medianamente normal. Llegaron los veraneantes y nosotros pudimos movernos con relativa libertad.

Y mirábamos con temor al otoño y con razón. No nos equivocábamos: la famosa frase se tornó en “Salvemos las navidades” y, los gallegos en general y los coruñeses en particular tuvimos que asumir que llegaban de nuevo las restricciones, los encierros y los toques de queda.

Y pasó por primera vez: las navidades llegaron y sí, tras dos meses de encierro, las medidas se relajaron porque, claro, llegaban las visitas. Visitas de otras comunidades que no, que no se sometían al mismo cuidado que nosotros pero que, para su llegada, abríamos el salón.

Salón que, como sabéis, se volvió a cerrar en enero y aquí seguimos: Viendo como esos mismos visitantes no se ven sometidos a lo mismo, viendo que el toque de queda se prolonga indefinidamente dos horas por debajo que las comunidades y países de donde vienen “las visitas”, que su hostelería permanece abierta y que las normas sanitarias son tan relajadas que sí, ellos también “abren para las visitas”, convirtiendo las grandes ciudades españolas en el nuevo centro de ocio de niñatos europeos con pasta que vienen a “ser visitas”.

Y como ya nos conocemos, veo venir la semana santa y el verano y os juro que empiezo a estar hasta las narices de “las visitas”.

Que volvemos a las mismas, que volvemos a dejar esto medianamente seguro para que lo disfruten los que no.

Y me desespero porque no me importa cuidarme, no me importa cuidarnos, no si es necesario y todos, absolutamente todos jugamos con la misma baraja y no es el caso, porque ellos son las visitas y tenemos que atenderlos.

En nuestro puñetero salón cerrado.

Y no es justo porque el salón de mi casa es mío. Y mis playas, y mis calles, y mi café en la terraza, y mi familia a la que no veo y mis amigos, y las sonrisas que no tengo, y mi trabajo paralizado, y mis sobrinos que hace un año que no ven a sus abuelos, mis clases de teatro y de canto, y mis paseos, y mi Betanzos, y mis excursiones y mi granizado de limón.Y mi vida, joder, y mi vida.

Y porque, como un día me explicaron, quien venga hará lo mismo que nosotros, porque serán uno más porque si no, serán visitas para siempre.

Y porque la casa de cada uno, es para disfrutarla todos los días, no sólo cuando vienen las puñeteras visitas.


*María Martul. Marzo 2021.*

(En la foto, el salón de la casa de mi abuela, siempre abierto para las visitas y, por supuesto, para nosotros)

María Martul. Marzo 2021.


(En la foto, el salón de la casa de mi abuela, siempre abierto para las visitas y, por supuesto, para nosotros)