martes, 30 de marzo de 2010

Cuaderno de viaje. Escala cero. En casa. Día antes.



- ¡Moncho! ¡Es la última vez que viajamos con estos tres juntos! Retumbó la voz de mi madre en el coche.

Y lo mantuvo. Durante 22 años.

Mañana salgo de viaje con mis padres y mi hermana. Destino: Hamburgo, donde vive el hijo pródigo.

Las cosas se amontonan sobre la cama: ropa, mapas, documentación, inevitables medicamentos, material fotográfico, cuadernos... y la preocupación de que aún no he encontrado "mi novela de viaje".

La novela de viaje es un invento de mi tía Victoria. Ella, que merece una entrada para ella sola en este blog, sostiene que al viajar a una ciudad hay que imbuirse en ella y que nada mejor que una novela ambientada allí para que la perspectiva del viaje cambie. De su mano leí "Azteca" antes de viajar a Méjico, "Muerte en la Fenice" y Corto Maltés nos acompañaron en aquel viaje a Venecia...

Del "cuaderno de Corto Maltés" de Tomás Pavón extraigo estas palabras, regaladas, como no, por ella, por la reina de las palabras, mi tía Vito.

"Un viaje no se inicia en el momento de la partida. Se imagina mucho antes. Se va pensando en los días previos, lentamente, y luego esos días constituyen una parte esencial del viaje, aunque se perciban un tanto impropios, un tanto ajenos y desoladores.

Al ordenar nuestros viejos mapas ya estamos viajando. Al seleccionar los libros que irán en nuestra mochila, nos encontramos en pleno viaje. La geografía jamás delimita nuestro itinerario. El itinerario. El viaje comienza en el mismo punto que los sueños y acaba cuando acaba la vida
".


Y ahora, mientras selecciono la banda sonora de este periplo, empiezo mi cuaderno de bitácora de estas inusuales vacaciones, fuera de tiempo, inapropiadas en este momento de mi vida, ilusionantes, extrañas... esperando que el viaje, que me acompañará siempre, sea provechoso.

Seguiré informando.

jueves, 25 de marzo de 2010

De la RAE, de la práctica siete, de Clark Gable y del saber estar

Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar



- “La práctica siete no pienso hacerla. ¿Por qué? Porque no me apetece”

Aún sonrío cuando recuerdo aquel día en el que, con esa cara de no haber roto un plato, y abriendo esos ojos enormes, soltó aquella frase. Reímos todos, y ella se sorprendió.

Era junio y habíamos tenido todo un curso académico para conocernos. Ella era serena, estudiosa, educada… la chica morena que se sentaba en la tercera fila, que se ponía colorada al hablar en clase y que siempre sonreía de esa forma en la que lo hacen los tímidos, con reverencia, desde abajo, casi pidiendo permiso.

No destacaba. No es chica de estridencias ni de hacerse notar y a simple vista conformaba la veinteava parte de esa masa informe y homogénea constituyen los jóvenes de cualquier aula. Era una más: iba vestida de forma desenfadada con los sempiternos vaqueros, la camiseta y las zapatillas de lona. Como todos. Pero, inexplicablemente, en ella el resultado final era diferente: pulcro, el punto justo entre corrección y comodidad, entre libertad y autocontrol. “Equilibrio”.

Su peinado no era el de ahora. En esos días atrapaba en una apretada y severa cola de caballo unos rizos que se soltaron en algún momento del último año, quizás al tiempo en que, al relajar la timidez su tenaza, se liberó su particular sentido del humor, socarrón y gentil, profundo y antiguo… Otra vez “equilibrio”.

Supongo que en ese momento yo no sabía que ese era su punto fuerte, pero durante los últimos doce meses no ha dejado nunca de sorprenderme su capacidad de “saber estar”, de hacerse escuchar sin jamás alzar la voz, de ser capaz de hacer mucho más notable su ausencia que su presencia.

Ahora que llego al final de esta descripción, se me hace inevitable pensar en el hecho de que ella va a leer esto y que no encuentro ningún detalle gracioso, personal y con jugo suficiente para quitarle hierro a este asunto y evitarme el temido “pelota” que ya veo que va a llamarme. Podría haber hablado de que le gusta Serrat, de que disfruta con los musicales y con una buena película clásica y de que pagaría por poner a Dios y a Clark Gable por testigos de cualquier cosa. Pero ninguna de estas cosas dicen más de ella que lo anterior, sino para redundar en lo mismo. Así que, tras meditarlo un poco, así se queda.

De todas formas ella nunca me llamaría “Pelota”.

Ella nunca usaría un término tan vulgar como impreciso, me llamaría halagadora, carantoñera, tiralevitas, lisonjera, alabancera, aduladora, cobista, obsequiosa, panegirista, lagotera, embelecadora o incluso lavacaras…y lo haría de un tirón, como si nada, sonriendo, mientras la RAE, Clark Gable y yo, muertos de risa, le dedicaríamos nuestra más profunda reverencia.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Laboratorio C. Facultad de Comunicación. Cien pasos noroeste.


Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar


Cualquier tiempo pasado fue anterior” Les Luthiers

Uno, dos, tres, cuatro… veintisiete, veintiocho… setenta y dos… cien. Exactamente cien. No noventa y nueve ni ciento tres, sino cien pasos exactos desde que traspasé la puerta de entrada hasta que, ahora, en un instante, abra la puerta y una quincena de caras se vuelvan hacia mí.

Adelante. Entro y me siento. Levanto la vista. Misma luz cálida, mismos techos altos, mismo olor a cal. Las mismas paredes rugosas y los materiales prefabricados, la consabida “tarima de las alturas cambiantes” según el ego del orador, las mesas en serie, la gran pizarra verde, los corchos en las paredes con anuncios de hipotéticos pisos, cursos, oportunidades… el mismo murmullo, el mismo ruido, el mismo ambiente joven.

Imágenes de otros tiempos, de otras clases, de otras voces acuden a mis, mucho me temo que oxidadas, neuronas: ¡Todo es tan igual y tan diferente a un tiempo! El espacio se ha ampliado. Enormemente. Retroproyector, altavoces, ordenadores a doble pantalla, micrófonos, auriculares, sillas tapizadas en rojo con ruedas giratorias, torres de alimentación, cables en el suelo…

¿Es esto un aula? Lo es. Debe de serlo. Lo pone en la puerta: “Laboratorio C”. Facultad de Ciencias de la Comunicación Audiovisual.

Sí que es un aula. La mía. O eso es lo que espero, fervientemente, mientras cuento los años: Uno, dos, tres, cuatro…trece… dieciseis... dieciocho. No diecisiete ni veintiuno, exactamente dieciocho años de camino desde que por primera vez entré, con mucha menos aprensión que hoy, en un aula universitaria.

lunes, 8 de marzo de 2010

Las únicas verjas...


Las únicas verjas..., originalmente cargada por Ayliña.



"Las únicas verjas que me gustan son las abiertas. 

Sólo en su gesto implican una ruptura de cadenas"




Os dejo aquí los enlaces a las dos partes de un cortometraje:

Cursi, dirán algunos y yo sólo os puedo decir que a mí me parece precioso.

Quien lo vea ya me dirá.

El circo de la Mariposa.

sábado, 6 de marzo de 2010

¿Dixlesia o afán de contradicción?


¿Dixlesia o afán de contradicción?, originalmente cargada por Ayliña.


Yo soy yo y mi circunstancia” José Ortega y Gasset
Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar



Me pidieron no hace mucho que me definiera con una foto y dieciséis datos que considerara reveladores sobre mí.
De esto hace exactamente un año y un mes.

Y pensé que el poco tiempo transcurrido me facilitaría el trabajo de hoy.

Acudo al foro donde lo escribí. Leo y me sorprendo. No debería. El título aún es válido, aunque quizás sólo el título. Al fin y al cabo, sigo siendo yo.

No me veo. O al menos no me veo en todos aquellos datos con los que intentaba dar una idea de lo que soy. O de lo que era. O de lo que quería dejar ver que era:

¿Ingenua? Sí, claro, eso no se cura.
¿Idealista? Tristemente ya no tanto.
¿Independiente? Resulta hasta irrisorio: a mi edad y de vuelta a casa de mis padres.

Lo demás escrito es tan trivial que hasta temo que alguien lo lea.

Empiezo de cero. Por el principio. O por el final. Según mi pauta:

Primogénita. Estudiante. Minusválida. Fotógrafa. Divorciada. Economista. Parada. Fiel. Leal. Optimista. Responsable. Luchadora. Insegura. Frágil. Irritable. Torpe. Voluble. Insegura otra vez. María.

viernes, 5 de marzo de 2010

El porqué y la declaración de intenciones: Emborronando servilletas para no sentirme pequeñita.



Existen momentos en que el bolígrafo se convierte en el único punto de apoyo de la palanca que mueve tu mundo, y, entonces, sientes la imperiosa necesidad de escribir y lo haces en el primer sitio que encuentras.

En mi caso son las servilletas de los bares.

En ellas vuelco todo lo que me sobra, me falta, tengo o no tengo, pienso o no pienso, soy, no soy o querría ser.

Explicado lo de las servilletas me queda lo de ser o no ser pequeñita.

Para que yo publique algo deben darse varias combinaciones de mis tamaños intrínsecos.

Soy extremista: escribo cuando las cosas van o muy mal o muy bien, cuando algo me preocupa o me parece una nimiedad, cuando lo necesito para respirar o cuando necesito simplemente crear espacio en mi cabeza... y eso suele darse cuando a mi autoestima frágil le da por hacer de las suyas así que, sea cual sea el estado de ánimo que me ocupe, la servilleta en cuestión habrá de dormir el sueño de los justos hasta que yo crezca lo suficiente para superar la barrera invisible del "No es lo suficientemente bueno" "Me da una verguenza horrible" o el tan temido: "¿Quién narices va a querer leerme?". (esto no augura nada bueno para este blog. Lo sé)

¿Y que más?

Fotos o poemas o frases sueltas, pensamientos prestados, desafueros, filosofía barata... Todo eso también aparecerá por aquí. Preferible si te acostumbras. Forma parte del juego. De mi juego.

No garantizo en estas no-páginas continuidad espacial, ni temporal ni coherencia. Yo no escribo: mancho servilletas y se me suelen mezclar en los bolsillos.

Si despues de todas estas exigencias aún sigues aquí, sólo me queda trasladarme a a aquella antigua platea para, con mi más sincera reverencia, decir: "Gracias por venir".