martes, 14 de septiembre de 2010

Infancia en Technicolor


Infancia en Technicolor, originalmente cargada por Ayliña.



"Tenía un cielo azul, y un jardín de adoquines 
y una historia a quemar, temblándome en la piel"

                            Joan Manuel Serrat





Cuando somos niños tenemos un superpoder que vamos perdiendo con los años: la capacidad de que los momentos de felicidad se prolonguen indefinidamente.



Y que brillen.

Y que se saturen.


Por eso me sorprende que haya gente que diga que recuerda siempre su niñez en blanco y negro. A mi no me pasa y eso que me encanta el monocromo. La mía es en "Esplendoroso Technicolor" como las películas de antes.



Mi infancia tiene el color de las moras maduras y de sus manchas en mi ropa, del azul de mi mar y del verde de los helechos, del rojo de mi bicicleta y del tostado de mi piel. Puro technicolor.



Cuando me enfrento a una foto en color siempre intento llegar a esos tonos puros que quizá ya sólo existan en mi recuerdo, captar toda la esencia de lo que esos colores han dejado en mí. Quizá por eso me desespero cuando veo lo desvaídas que son mis fotos a veces. Y mis recuerdos.



Cuando se empieza a hacer fotografía de adulto, como es mi caso, todo es nuevo y todo está por descubrir. Se vuelve a ser niño y vuelve a importarte muy poco que tu descubrimiento del día esté escrito en miles de libros. Porque lo verdaderamente importante es que TÚ lo has sentido hoy. Como cuando eras niño.



Con los años los zapatos han encorsetado nuestros pies, las ropas serias han desterrado a los pantalones cortos y las montañas tienen forma de hipoteca y nóminas y ya no somos capaces de ver los colores, nos asustan las estridencias y las saturaciones y peleamos por momentos de felicidad cada vez más breves, más efímeros, más ruines.



Hoy he decidido que seguiré intentando ese color primigenio.



Y que me sigue encantando andar descalza.



María Martul. Final de verano de 2010


En la foto: Sabela. Otra Niña Sol

viernes, 27 de agosto de 2010

Adiós, Tristeza


Adiós, Tristeza, originalmente cargada por Ayliña.



"Aunque éste sea el último dolor que él me causa y éstos sean los últimos versos que yo le escribo."
               Poema nº20. Pablo Neruda

Fugacidad


Fugacidad, originalmente cargada por Ayliña.



"Coged las rosas mientras podáis" Walt Whitman




Ayer.


Mismo lugar.
Misma playa.
Misma sensación de bienestar.


Tomaba un café culpable por no estar todavía trabajando y negociaba conmigo misma las horas de sueño que sacrificaría para recuperar el tiempo perdido. Estaba en buena compañía y salía ganando en el trato.

Jugueteaba con el tiempo de exposición de la cámara mientras conversaba y disparaba por enésima vez al atardecer de mi playa. Pasó una chica y fijé un tiempo de exposición absurdamente alto.

Ayer, como todos los veranos que puedo recordar (y ya suman más de treinta), vi anochecer en mi playa y fue entonces cuando, casi por casualidad, apareció esta foto en mi cámara.

Y fue entonces también cuando esta foto me pareció una alegoría devastadora sobre la fugacidad. De la vida, de la juventud, de las cañas con los amigos al atardecer.

Los momentos felices son leves, tenues, están condenados a que, si no reflexionamos sobre ellos, si no les extraemos todo su jugo, sean olvidados. O que se pierdan, casi como la chica de la foto.

Un amigo me recordó el martes, de la forma más dura, que lo que no se hace a veces se pierde para siempre.

Así que, hoy el mensaje es… deja huella, aunque sea para que me recuerden como la gran pisacharcos que fui.

En especial a la familia de "Tecendo Redes" y para Ines, que hoy (O mañana, o algún día de diciembre, que esta mujer no se aclara) está de cumpleaños.

iMAGINando un cielo


iMAGINando un cielo, originalmente cargada por Ayliña.



Hoy, a las cinco, mientras apretaba con fuerza el disparador de mi cámara que apuntaba al cielo, mientras iniciabas tu último paseo, mi cámara dejó de funcionar.

Así que esta foto es una pura trampa: El cielo no es de hoy, la margarita es un montaje, ni siquiera sé si es mía, el recorte no es ortodoxo...¿Y qué? Contigo aprendí que las normas están para pasárselas por el forro, que esto puede no ser fotografía pero que su validez comienza en el momento que es capaz de transmitir algo y que el montaje es un arte del que tú eras (eres) el rey.

Así que para ti la margarita que quedaba bastante mejor que la gaviota, pero, sobre todo, para ti el cielo, ese cielo en el que, como nos decía hoy Mari, ya estarás camelando a San Pedro para que te de una cámara.

Conociéndote, espero, por la cuenta que le trae, que sea una full frame.

Magín. In memoriam


Magín. In memoriam, originalmente cargada por Ayliña.



Reviso mis fotos y apareces una y mil veces.

Busco una única foto, algo que sirva de homenaje algo que le haga un puñetero corte de mangas a tu absurda muerte.

Y es difícil, puñetero, todas las fotos que tengo tuyas son irreverentes, oscuras, pillas, no aptas para un momento así en el que aún nos negamos a llorarte.

"¡Qué desastre! ¡Ni una buena!"
"¡Esa foto es mía!
"¡Yo la vi primero!"


Y aquí me tienes, sonriendo mientras te veo debajo de este paraguas, incapaz de renunciar a una foto que no era tuya, cabronazo, sino mía, y que, por supuesto fue mil veces mejor, para luego oirte maginear a gritos.... "¡Qué desastre!"


In memoriam, Magín, rey del montaje y embajador del photoshop.

Para ti y para Mari. Tu Mari.


Galerías de Magín:
www.flickr.com/photos/perdidoenlared/

www.flickr.com/photos/anakafkiana/

domingo, 9 de mayo de 2010

Elegir bien el foco


Elegir bien el foco, originalmente cargada por Ayliña.



En España, casi tres millones de personas son voluntarias. Personas que ceden su tiempo y su trabajo gratuitamente en un abanico enorme de asociaciones, ONGs, causas solidarias, instituciones…

He dedicado varios años de mi vida a colaborar en diversas asociaciones. Y puedo jurar que siempre he recibido mucho más de lo que he dado: he conocido gente maravillosa, gente de la que me enorgullezco de que me cuenten entre sus amigos y de los que he aprendido y matizado valores tan antiguos y pasados de moda como solidaridad, desprendimiento, alegría y capacidad ilimitada de lucha. Entre los voluntarios y entre los chavales.

Sin embargo, existe una cara B. 

En todo voluntariado existe un proceso egoísta que considero que debe ser íntimamente controlado por cada cual: la sensación de sentirnos buenos y de que se reconozca nuestra labor hacen que la autoestima o el orgullo disipen los verdaderos fines que nos llevaron a participar en una causa, transformando una labor necesaria y de justicia en algo sin sentido más allá del entorno de nuestro propio ombligo.

Desgraciadamente cada vez veo más casos de estos dentro del voluntariado. 
Y no me gusta. 

He sido feliz como voluntaria y mi reconocimiento personal a nadie le incumbe más que a mí. Olvidar la verdadera belleza de la labor bien hecha en pro de que nuestro nombre figure en tal o cual medio por encima del trabajo de un colectivo, me parece que pervierte la labor de tres millones de voluntarios y que insulta a los que, por justicia, reciben su fruto.

Porque, a diferencia de en la fotografía, en la vida real confundir el foco puede ser un error gravísimo.




Quise poner una canción de Loquillo: "Ara no es fa, jò encara ho faria" pero no la encuentro....

jueves, 6 de mayo de 2010

Corramos un (es)túpido velo




 Publicación para la clase de Guión Audiovisual. Publicado en Vagon-bar



España. Siglo XXI. El instituto de la mujer dice que  “el salario masculino es superior al femenino en todos los casos, independientemente de las características personales, laborales y de empresa que se consideren. La diferencia salarial alcanza los 2,11 euros por hora trabajada, un 18%. (…) en el año 2007, el 98,44% de las mujeres con contrato a tiempo parcial se encuentran en esta situación por cuidado de niños o adultos enfermos o incapacitados o mayores. El 93,80% prefiere la mitad de la jornada laboral por obligaciones familiares o personales."

España. Siglo XXI. Los juzgados españoles recibieron 35.270 denuncias por violencia de género entre julio y septiembre de 2009.

España. Siglo XXI. Un estudio coordinado por el catedrático de economía aplicada de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), Josep Oliver, menciona como causas de la discriminación por razón de género, que "las mujeres tienen menos posiciones de mando que los hombres en sus empleos y que su presencia predomina más en empresas de menos trabajadores, donde la productividad es más baja y, como consecuencia, también los salarios."


España. Siglo XXI. Una niña decide empezar a usar la Hiyab en su instituto. Revuelo mediático. Programas-basura de pseudoperiodistas, coloquios nocturnos de sesudos filósofos, periodistas de los de verdad, parlamentarios, políticos representantes de cualquiera de las dos Españas… todos se rasgan las vestiduras, unos en aras de una supuesta libertad, otros en pro de la dignidad femenina. Todos “barriendo para casa”. Todos.

España. Siglo XXI. Un país sin memoria ni sentido de la autocrítica.


Hasta hace muy poco tiempo, en España, la mujer carecía de determinados derechos que hoy consideramos fundamentales.  Se le ha negado la capacidad de decisión, el libre albedrío, el derecho a decidir sobre su matrimonio,  sobre sus amistades, sobre sus hábitos, se la ha recluido en casa y se le han impuesto normas rígidas sobre su forma de vestir. 

Vivimos en un país en el que existen más de catorce mil personas a las que se les permite enterrarse en vida tras unos muros de piedra y de religión para dedicarse a la vida contemplativa. Y llevan velo. Como muchas otras monjas incorporadas a la vida seglar. Pero esto no escandaliza. Porque la religión católica “es otra cosa”.

La iglesia católica (que no la religión ni mucho menos el cristianismo) sigue siendo el principal bastión de la discriminación femenina. La prohibición absoluta de que las mujeres ocupen puestos de poder, aún cuando superan en número y en vocaciones a los hombres en  proporción escandalosa  y en todos los estamentos de la misma, sigue vigente. "La iglesia evoluciona, lentamente, pero evoluciona", esgrimen como argumento los que piden paciencia y es probable que no les falte algo de razón. Pero esta razón se tambalea cuando estos mismos son los que niegan esa capacidad de evolución a la religión musulmana.

Resulta casi insultante escuchar que los que defendemos el libre uso de la yihab (como de la toca, de la cruz, o de la estrella de David) amparamos aberraciones como la ablación, el burka o los matrimonios concertados a menores. Resulta ofensivo ver como se exhibe la constitución como bandera para ocultar un miedo irracional y un complejo de superioridad absoluto. ¡Qué malos son los moros que nos invaden!

Anarquista. Este es otro de los “cumplidos” que he escuchado en un debate esta semana por parte de un conocido teólogo católico. No, señor. Anarquismo supone abogar por la abolición de los estados, y, por extensión, de la autoridad. Y eso no tiene nada que ver con la libertad. Tomás de Aquino dijo “Mi libertad acaba donde empieza la de los demás”. Y era santo. Católico.

Señores, la solución no se encuentra en prohibir los velos para favorecer la libertad. La solución se encuentra en la educación para el respeto. O para la ciudadanía, diría si no fuera echar más leña al fuego.  Los jóvenes de hoy en día carecen de este sentido y así nos va. Los estamos educando en base a normas deontológicas y no en aprender a valorar lo que está bien o mal. En España, un 25% de los profesores han sufrido algún tipo de agresión, un 20% de los menores de catorce años bebe con regularidad y los delitos graves cometidos por menores han aumentado un 45% en los últimos años. Pero seguimos politizando el contenido de los libros de texto y nos preocupa que una niña use velo mientras minimizamos que nuestro chico deje el parque perdido porque no le hemos enseñado que las papeleras sirven para algo. Porque son cosas de chavales. De chavales católicos.  Santiago y cierra España.


España. Siglo XXI. El país en plena crisis se permite tomarse un alto en el camino para debatir sobre la actitud de una niña de catorce años. Porque lleva un velo. Porque no es tibia. Porque defiende lo que cree. Porque se expresa. Porque ejerce una libertad bien entendida. Libertad que no ofende. Que no invade la de los demás ni menoscaba la suya propia. A veces no me gusta nada esta España nuestra, ni nuestra jodida superioridad occidental.

Corramos un estúpido velo.


María Martul Franco. Cristiana convencida, ex-catequista y ex-católica en serio proceso de plantearse a apostasía. A Coruña, 06 de mayo de 2010.

martes, 27 de abril de 2010

Luces y Sombras. (Muchas sombras)

Luces y Sombras. (Muchas sombras),originalmente cargada por Ayliña.



"Uno de los finales más tristes que yo jamás leí es el final de Peter Pan.

"No des la luz, porque dar la luz supone enfrentarse a la jodida certeza de que hemos crecido. Si Peter Pan viniera a buscarnos, no des la luz, no vaya a descubrir que le hemos traicionado... y hemos crecido demasiado."

Extracto de la interpretación de Ismael Serrano al final de Peter Pan de J.M. Barrie



La fotografía es un cóctel mágico de luces y sombras. Como la vida.

La vida cotidiana consiste en grandes espacios grises y en penumbra donde aguzamos los ojos buscando un rayo de luz.

La mayoría de nuestro tiempo transcurre en estos grandes espacios semi-iluminados donde nos encontramos cómodos sin grandes tristezas ni grandes alegrías. Son esos largos periodos en los que todo está “bien”.

¿Cómo estás? Bien
¿Qué tal en el trabajo? Bien
¿Cómo te va con ese chico? Bien
Un “Bien” sin pensar.
Un “Bien” que espera pronto encontrar esa pequeña zona quemada donde recargar las pilas.

Pero, en ocasiones, entramos en una espacio donde los contrastes son tan pronunciados que no sabemos realmente que sentir.

Momentos en que deberías ser feliz y no lo eres.
Momentos en que deberías ilusionarte y no eres capaz.
Momentos donde la cabeza te ordena dominar al corazón.
Momentos de duda.
Momentos de bajar los brazos.
Momentos que no deberían estar ahí.

¿Por qué? Por el puto contraste.

Porque has hecho lo que debías y eso te rompe el alma.
Porque la gente te felicita mientras lloras por dentro.
Porque en vez de sentirte orgullosa te mueres de miedo.
Porque tienes vértigo en vez de mirar al horizonte.
Porque eres y no eres.

Las zonas de grandes contrastes son muy puñeteras. Los límites son tan duros que la composición de una fotografía a veces se hace imposible.

¿Hasta donde dejo llegar las sombras?
¿Se quemará esta zona con tanta luz?
¿Puedo?
¿Debo?
¿Hago?

Y, de repente, simplemente disparas.

Sabiendo que sólo es una fotografía.
Sabiendo que no tiene importancia.
Sabiendo que si es horrible, al menos aprenderás algo.
Sabiendo que siempre puedes intentarlo de nuevo.

La vida y la fotografía se asemejan en muchas cosas. Pero se diferencian en otras tantas.

Algún día aprenderé a tomarme la vida con el mismo espíritu juguetón con el que disfruto la fotografía, sabiendo que la luz soy yo, y que sólo yo puedo decidir como iluminar mi mejor encuadre.



Y otra más. ¿Por qué no?:


En la foto: La reina de corazones: Cassandra Beltari, mi hermana Rosiña

jueves, 22 de abril de 2010

Café con medias-sonrisas

Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar




Me llamó la atención y no tenía porqué. Era una chica normal que caminaba despreocupada por la Calle Real.



Quizá fue su falta de coordinación con el ritmo acelerado que imperaba en la calle lo que hizo que me fijara en ella. Paseaba como no se pasea un martes: sin prisas, con un libro y un cuaderno en la mano, anticipando un café tranquilo y desafiante frente a la actividad frenética de los que la rodeaban, disfrutando del raro placer de la soledad y del sol de la mañana.



Vestía de invierno ignorando la tímida primavera que emborrachaba de luz la calle aún mojada. La gorra, sobre unos rizos imposibles, le caía ladeada sobre el ojo derecho ocultando parcialmente su rostro, mientras que su enorme abrigo gris ondeaba tras unas botas que golpeaban con decisión el suelo de piedra, como comprobando a cada paso y con orgullo la fuerza de sus pisadas.



La seguí con la mirada, pero no fue hasta que se detuvo en un escaparate cuando reconocí como propia aquella medio-sonrisa que le dedicó a su reflejo en el cristal: sonrió como sólo lo hacen aquellos que han redescubierto su derecho a ser felices tras haber perdido la esperanza y que, maravillados, ven que ya no se sienten culpables por ello, que el futuro ya no les da miedo, que es posible y que no les disgusta del todo.



O quizá esa fue la razón por la que pensé que ella sonreía y por lo que medio-sonreí yo también al escribir en mi cuaderno: “ Hoy he visto a una chica en la calle que me ha recordado un poco a mí”, antes de volver a prestar atención al libro que descansaba al lado de mi taza ya vacía.



A Coruña. Primavera de 2010.

miércoles, 14 de abril de 2010

Vale







Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar

"Cuando era más joven podía recordar todo, hubiera sucedido o no" Mark Twain




El tren ya había pasado. Mi familia protestaba a menudo por la manía del maquinista de hacer sonar la sirena justo al pasar por detrás de la casa a las siete de la mañana, pero a mi me gustaba. Me gustaba despertarme temprano y el tren era un aliado perfecto para ello.



Permanecía con los ojos cerrados e intentaba averiguar que día hacía. Podía sentir el calor del sol atravesando la claraboya o bien escuchar el golpeteo de las gotas en el cristal, mezclado con los gritos de las gaviotas, anunciando un día de lluvia. Ese día haría sol. Olía a sol.



Nunca fui de despertar rápido. Abrir los ojos y jugar con las formas de la madera del techo, evitando mirar al señor del descansillo, era un ritual diario que se prolongó varios veranos antes de la división de la buhardilla en habitaciones y otros más hasta que ascendí lo suficiente en el escalafón para tener derecho a una. La casa, dormida a esas horas, era un ente vivo que olía a sal, a madera y gente dormida, que, en aquel mes de agosto, la atestábamos en catres y camas improvisadas.



Aquel día me levanté y me vestí como se visten los niños en verano: bañador, camiseta y pantalones cortos. Nunca hacía falta más, siempre que estuvieran medianamente limpios antes de caerme por primera vez, y eso sería pronto.



Bajé las escaleras en silencio, dejando resbalar las manos por la barandilla y calculando cuantos escalones del último tramo podría saltar esta vez. Tal vez sólo tres. Las persianas aún estaban bajadas, y sin luz era más difícil. Me detuve en el descansillo. Estaba oscuro y la puerta de mi abuela permanecía cerrada. De la habitación de la derecha venía el sonido de una respiración: Mamá aún dormía pero Papá ya estaba abajo.



Adelantando las manos, salté cuatro escalones y bajé al sótano. El suelo estaba frío y no me había puesto los zapatos. Él no quería niños descalzos en la cocina, así que me senté en el banco de la entrada a ponerme las odiadas cangrejeras mientras lo observaba a través de la puerta y él fingía no verme.



A Papá le gustaba el silencio por las mañanas, pero también le gustaba desayunar conmigo, así que me limité a ponerme de puntillas a su lado sabiendo que volvería a fingir sorpresa al verme allí y se inclinaría para recibir el beso de nuestro mudo “buenos días”.



Juntos, terminamos de preparar nuestro desayuno. “Hoy va a hacer calor” dije y él, mirándome sin responder, cogió su taza y se dirigió a la puerta que daba al porche trasero. Rápidamente limpié las migas de la mesa y salí al jardín. Papá ya estaba en la puerta.



La playa, a las siete y media de la mañana aún permanecía vacía. La marea estaba baja, pero nosotros simplemente atravesamos los escasos tres metros que nos separaban de la arena y nos sentamos en el muro, dejando colgar las piernas.



No era la primera vez. El ritual exigía silencio y yo me limitaba a imitar a mi padre, a sincronizar el balanceo de mis piernas con las suyas, la cadencia de la cuchara yendo de la taza a la boca y a sonreírle cuando me miraba y a mirar hacia el mar cuando él lo hacía.



El ruido de la taza al posarse en el cemento marcaba el final.



- Eso es un “firrete” 
- No. Eso es una gaviota. Los “firretes” son más pequeños y tienen la cola en forma de abanico. Como ese de allí.
- Vale. ¿Vendrás pronto?
- Al mediodía. Justo a tiempo para la marea alta y bañarnos. ¿Me esperarás?
- Vale. ¿Puedo salir con la bici?
- Sí, pero será mejor que te peines antes de que baje tu madre. ¿Me acompañas al coche?
- Vale. 

Nos levantamos y yo abrí el portalón con cuidado. Papá sacó el coche y lo detuvo mientras yo volvía al muro a por las tazas.

- ¿Me das un beso? 
- Vale.
- No hagas rabiar a los chicos. Nada de peleas. ¿De acuerdo?
- Vale. Y tú pórtate bien en el cole.
- Vale. Respondió mi padre, riendo, al arrancar el coche y antes de atravesar la pista de tierra que nos separaba de la playa, mientras que yo, agitando la mano, calculaba cuanto tiempo tardaría en hacer la cama, despertar a Arturo y escapar antes de que a nadie se le ocurriera mandar que me peinase. Además, Papá era el único que iba al cole en verano y él tampoco se había peinado. ¿Vale?

jueves, 8 de abril de 2010

Cuaderno de Viaje. Última jornada. Despedida y cierre.

Cuatro horas de sueño y más de tres mil kilómetros en doce horas no son los mejores ingredientes para cerrar esta bitácora pero ésta era la regla inicial: escribir todos los días. Allá voy.

Hamburgo nos despidió frío y lluvioso. Julia y Moncho nos acompañaron al aeropuerto. Pobres. Estaban agotados y yo creo que un poco deseosos de retomar su ritmo normal de vida, pero tienen con cinco meses por delante para recuperarse de la visita familiar antes de volver a vernos a finales de agosto. Se recuperarán.

Creo que una de las mejores cosas que se pueden decir al abandonar un lugar es: “Quiero volver”. Quiero volver a Hamburgo y existen razones objetivas y subjetivas para ello. Una de las grandes cosas que he descubierto es el respeto que demuestran los alemanes en todos sus actos. La coacción parece no existir en este país donde la gente se comporta como debe porque es lo correcto y no porque exista una sanción que lo amedrente. Un ejemplo de esto son los trenes. En los transportes públicos de Hamburgo no suele pasar un revisor (yo no vi ninguno) pero todo el mundo paga su billete, viajan con sus perros y sus bicicletas y a nadie se le ocurre no usar las papeleras. Vivo en una ciudad donde hasta los perros de asistencia tienen problemas, donde en nuestros sucios buses no pueden viajar más de un carrito de compra, una silla de ruedas o un coche de niño simultáneamente en base a no sé que norma absurda. En Alemania las normas rigen la convivencia, como en todas partes. La diferencia está en que, en España, la apariencia de arbitrariedad y el afán sancionador hacen que, en muchos casos, se muestren al ciudadano como trabas más que como ayudas.

El resultado de este respeto se ve en mil detalles en esta ciudad: Las mantas impecables en las terrazas de la ribera que nadie roba, los perros con entrada libre en todos lados, las bicicletas como reinas y señoras de las calles: a miles, a cientos de miles… Quiero volver.Quiero que mi país de Sanchos y Lázaros se alemanice un poco. O quizás sólo quiero volver.




Un viaje es una suma de impresiones en el haber de nuestra vida. Con el tiempo se fijan las esencias que lo conformarán en nuestro recuerdo. Una de las más importantes es la gente que te ha acompañado. Yo he hecho este viaje con mi familia, esta cambiante familia mía donde los miembros no siempre somos los mismos y que evoluciona como un ente con vida propia. Estos días me he acercado a ella otra vez quitando algunas de las piedras que yo misma he levantado por mil razones y ninguna válida. Los adoro. A todos y a cada uno de ellos: a mis padres, siempre ahí, pilares inamobibles de los “números clausus” de la gente imprescindible en mi vida, siempre presentes, siempre a la orden… a mis hermanos y a sus parejas, tan diferentes a mí, tan diferentes entre ellos. Creo que ha llegado el momento de regresar, dar la cara y rendir cuentas. Final de viaje y cambio de rumbo.

En resumen, me lo he pasado bien. Así de simple. He andado como hacía tiempo que no lo hacía, he visto lugares increíbles, he sacado dos millones de fotografías con las que torturaré a mis amigos por meses…Me lo he pasado bien.

Acabo este cuaderno de bitácora con otro extracto del mismo texto con que lo empezaba, el “Cuaderno de Corto Maltés” de Tomás Pavón.

“Un viaje nunca concluye en las costas de la última escala. Prosigue en la memoria, y el trayecto recorrido viene a ser el mapamundi que se consulta previamente, antes de que el recuerdo suelte amarras.”

En un minuto pasaré la goma de la libreta. Fin. En A Coruña, a 5 de abril de 2010.

Cuaderno de viaje. Hamburgo. Tercera jornada. Turismo y reencuentros.



Hoy hemos visitado dos pueblos increíbles: Lunëburg y Lauenburg, al sur de Hamburgo siguiendo el curso del río. Divinos.

Como ya viene siendo costumbre, hemos madrugado. A primera hora de la mañana salimos en dos coches para Lunëburg. Un paseo que nos ha permitido ver otra vez el paisaje del norte de Alemania, tan diferente al nuestro. El pueblo, lo dicho, precioso, con pequeñas tiendas providencialmente cerradas (de lo contrario mi cuenta se teñiría de rojo) en este domingo de pascua. Todo parecía extraído de un cuento infantil. Caballos enormes tirando de carros de flores, calles estrechas y adoquinadas, referencias a los músicos de Bremen, ciervos en la carretera, conejos de pascua en los escaparates, gente disfrutando del sol… una mañana que acabó con más Kartoffeln, salchichas y otros platos con tantas consonantes y tan deliciosos como los de ayer, en una antigua fábrica de cerveza, que yo, como siempre, no probé.

Al final apareció la lluvia, pero sólo el tiempo de desplazarnos a Lauenburg. Si Lunëburg parecía diseñado por los hermanos Grimm, este pueblo alberga la casa de Hansël y Gretel. Literalmente colgado sobre el Elba y dibujado al mínimo detalle. Allí, las casas arrancan sonrisas de los foráneos por su juego de proporciones que más que guiarse por los aburridos niveles y plomadas lo hacen siguiendo los caprichos de sus vigas de madera: allá donde estas tienen una curva natural, allá se va la casa. Increíble.

Otra cosa increíble es que no hayamos reventado. Apenas dos horas después de comer y con la excusa de un café, hemos entrado en un restaurante típico donde las tazas de chocolate blanco con licor de huevo local y los enormes pasteles de nata con confitura de frutos rojos no tenían perdón de Dios. Ni nosotros.

De vuelta a la ciudad y tras dejar a mis padres en el hotel (nosotras dormimos en casa de Julia y Moncho) hemos ido a tomar una cerveza de despedida con Nikki y Alex, encantadores, lo que no me sorprende siendo amigos de Julia. Esta vez sí probé la cerveza, y, no sé si por la inminente despedida, o por el calor del lúpulo, en la puerta de un bar, a tres grados de temperatura y apoyados en un árbol, me reencontré con mi hermano, ese hermano nuevo y diferente del que se marchó, con el que me llevo mejor en la distancia y tan distinto a mí que parecemos sacados de moldes opuestos y que quiero con locura.

Al final, cómo no, más salchichas, maletas, prisas y sólo cuatro horas de sueño por delante… mañana en casa.

Cuaderno de viaje. Hamburgo. Segunda Jornada. Callejeando




Si ayer me despedía con un “Mañana más” hoy me temo que ese "más" va a ser escaso. Se me cierran los ojos.


Saltamos temprano a la calle, a una primavera que aún no ha llegado del todo pero en la que no ha aparecido la lluvia que los agoreros metereólogos de Internet presagiaban para toda la semana.



Cámara a un hombro que empieza a resistirse me lanzo con toda la tropa a descubrir Hamburgo.



La primera impresión es que estamos ante una gran ciudad llena de contrastes que, dicho sea de paso, me encantan. En Hamburgo se respira desarrollo, modernidad, urbanismo y un respeto absoluto por el prójimo. Hemos visitado grandes barrios señoriales y barrios esencialmente bohemios y jóvenes, es una ciudad donde St. Pauli y Blankenese van de la mano, se rozan y alternan…



Todo el día callejeando y probando comidas deliciosas (ineludibles salchichas, bretzels y tostadas de nombre impronunciable) con Julia de anfitriona con una paciencia infinita ante la invasión de esta panda de ruidosos españoles que no se enteran de nada y que miran todo con ojos enormes.



Ya de noche, y tras cenar "Ofenkartoffeln mit Sauerrahm und Räucherlachs", que vienen siendo patatas asadas con crema agria y salmón ahumado, visitamos el Reeperbahn, el barrio rojo, posiblemente la milla más pecaminosa del mundo, donde respetables familias comparten paseo con prostitutas y jóvenes de fiesta bajo los neones multicolores de cabarets y sex shops de lujo que vieron actuar a los Beatles por primera vez.



Palabra clave: Naturalidad. Tremenda la sensación de tolerancia y libertad que se respira, que atraviesa los poros de la piel.



Tristemente algo desentona: un par de armerías no cuadran, no deberían estar ahí, exhibiendo sin pudor su funesto surtido. Eso sí es pornografía. Eso sí que no quiero que lo vean mis futuribles hijos…



¿Será que los humanos no sabemos ser libres?

miércoles, 7 de abril de 2010

Cuaderno de viaje. Hamburgo. Primera Jornada.Toma de contacto.



En primer lugar: Aquí se amanece muy temprano. En segundo: la idea que tienen los alemanes de lo que es un desayuno es similar a la mía cuando miro mi cuenta bancaria: nunca parece suficiente.


Dos horas comiendo como si no hubiese un mañana: Ahumados, Roastbeef, carne sazonada, panes de mil formas y sabores, quesos, ensaladas, jamón alemán, fruta, tomates, dulces, chocolate…casi rodando hemos llegado al metro ligero que nos ha llevado al puerto de Hamburgo, uno de los más grandes de Europa, lo que resulta increíble teniendo en cuenta que esta ciudad no tiene mar.



El paseo en barco por el Elba me muestra toda mi ignorancia. Esperaba una ciudad pequeña y me encuentro con que, en superficie, supera a Madrid con creces, y que el puerto es, con diferencia, el más grande que he visto en mi vida.



Nos recibe de vuelta el barrio portugués y sus “pastalerías” donde sus mil olores maravillosos nos envuelven hasta ponernos, de repente, en la maravillosa iglesia de Saint Michelis, con su techumbre de cobre verde, su orfeón, y su torre que pone por primera vez Hamburgo a nuestros pies con sus más de dos mil cuatrocientos puentes. Más que Venecia, Ámsterdam y Londres juntos. Otra vez mi ignorancia.



Paseamos por los alrededores del puerto y empezamos a descubrir el carácter de esta ciudad donde las bicicletas reinan por derecho propio. Hay ganas de callejear pero nos espera a las afueras la familia de Julia para un “café alemán” así que, tren, coche y entornos maravillosos donde el brezo de todos los colores alfombra pueblos preciosos.



Café alemán. Ja. Un café alemán es la excusa para tomar cantidades ingentes de tartas enormes. Para describir el cuadro de esta tarde hace falta implorar a la concepción surrealista de quien quiera imaginar una escena en la que cuatro españoles de los cuales tres no hablan alemán y cuatro alemanes de los cuales los mismos no entienden una palabra de español, consideran que hablando alto, retardando las palabras y gesticulando mucho tienen más posibilidades de ser entendidos mientras se atiborran de trozos de pastel del tamaño de un mamut pequeño. Creí que Moncho y Julia, improvisados traductores, morían de un infarto en aquel salón de té, que parecía el comedor de una casita de campo en el pueblo de Heide. Al final, sobrevivieron.



Ya de vuelta cena tranquilita en casa: Hering tartar (tartar de arenque: tengo la receta) y pollo a la mostaza. Todo muy recomendable.



Sigo sin saber quien es este armario ropero de 1,90, que cocina como los ángeles, habla alemán, se viste de traje entre semana y se parece vagamente a mi hermano pero hoy estoy demasiado cansada para averiguarlo.



Mañana más.

Cuaderno de viaje. In itínere. Madrid - Amsterdam - Hamburgo: O' Brother


O' Brother, originalmente cargada por Ayliña.



Jornada de viaje. Madrugones, aeropuertos, roces familiares, retrasos, cartas de embarque perdidas…Barajas. Siphol. Hamburgo. Moncho.

Un Moncho como siempre pero distinto al que le cantamos el “Cumpleaños Feliz” en el coche los cinco juntos como hacía muchos años que no recordaba y que nos condujo al piso en el que él y Julia viven en un barrio residencial en el centro de la ciudad.

La casa es preciosa. Los suelos son de madera clara, las paredes blancas y los techos altísimos. Hay fotos, muchas fotos: familia, A Coruña y Hamburgo son la tónica temática. Alguna es mía y también un par de horrorosos cuadros que pinté y que mi hermano, en un arranque fraternal, ha enmarcado por el simple hecho de que se los regalé. Emociona y mucho el ver que, tan lejos, seguimos presentes en su vida. Este apartamento es Julia y Moncho. Sargadelos y platos alemanes conviven en una simbiosis perfecta. Una gozada de piso, tanto, que dan ganas de matar a este viquingo de casi dos metros al recordar como era su habitación en casa.

Hemos salido a cenar para celebrar su cumpleaños a un restaurante precioso, El 100miles. Pequeño, familiar y con una comida deliciosa para una familia muerta de sueño y con demasiadas ganas de cama como para hacerle los honores al lugar y al chico del día: mi hermano Moncho, o Ramón como se llama ahora. Felices treinta y cuatro Viquinguiño. Mañana será otro día.

Cuaderno de viaje. Escala uno. Madrid.



Me gusta Madrid. Me gusta su ambiente viciado, su metro hasta los topes y su aire elegante y rancio de ciudad que se debate entre ser cosmopolita y ser totalmente trasnochada.


Es por que me encanta pasear por Madrid por lo que, deliberadamente y tras abandonar a mi familia en el hotel, espacié lo suficiente las dos citas ineludibles que tenía que hacer esta tarde paréntesis entre dos vuelos.



Inma. De siempre. Cómoda. Divertida. Los amigos, los de toda la vida, son como las zapatillas viejas: no sabes cuanto te apretaban los zapatos hasta que te las pones al llegar a casa. Una Coca Cola rápida e insuficiente en su oficina marca que la echo de menos y el principio de mi paseo.



Me sumerjo ya sola en mi Madrid. Mi Madrid de cielos claros, de cámara al cuello, de los Austrias, de la librería San Ginés, del Lardy, del Café de Oriente y del Círculo de Bellas Artes. Este Madrid que suelo reservarme para mí sola cuando quiero ir al teatro, visitar una gran exposición o simplemente escuchar mis pasos recordándome quien soy y que visito tres días cada diciembre o tres horas robadas a cualquier recién estrenada primavera.



Al final se me torció lo del paseo. Descubrir la cara de Javi a través del cristal de la cafetería fue una sorpresa y no hay paseo que valga cuando está en juego un café con un amigo ante el que presumir de objetivo fotográfico nuevo mientras no llega la hora de la cena con Inés.



Inés. Dos horas prestadas de risas, películas, bromas y alguna inevitable lágrima que ya no sé como atajar y que me llenan de frustración, impotencia, de tópicos no pronunciados y de una admiración inmensa por esta niña a la que he visto crecer ante mis ojos.



Llego al hotel tarde y sonriendo pensando en lo irreal del día de hoy y de los días que me esperan. Hoy me he levantado en casa y, por arte de magia, he pasado una gran tarde y mañana tomaré otros dos aviones que me llevarán a descubrir la nueva vida de aquel pelirrojo llorón que un día compartió habitación conmigo. Me muero de ganas. Hamburgo: allá voy.

martes, 30 de marzo de 2010

Cuaderno de viaje. Escala cero. En casa. Día antes.



- ¡Moncho! ¡Es la última vez que viajamos con estos tres juntos! Retumbó la voz de mi madre en el coche.

Y lo mantuvo. Durante 22 años.

Mañana salgo de viaje con mis padres y mi hermana. Destino: Hamburgo, donde vive el hijo pródigo.

Las cosas se amontonan sobre la cama: ropa, mapas, documentación, inevitables medicamentos, material fotográfico, cuadernos... y la preocupación de que aún no he encontrado "mi novela de viaje".

La novela de viaje es un invento de mi tía Victoria. Ella, que merece una entrada para ella sola en este blog, sostiene que al viajar a una ciudad hay que imbuirse en ella y que nada mejor que una novela ambientada allí para que la perspectiva del viaje cambie. De su mano leí "Azteca" antes de viajar a Méjico, "Muerte en la Fenice" y Corto Maltés nos acompañaron en aquel viaje a Venecia...

Del "cuaderno de Corto Maltés" de Tomás Pavón extraigo estas palabras, regaladas, como no, por ella, por la reina de las palabras, mi tía Vito.

"Un viaje no se inicia en el momento de la partida. Se imagina mucho antes. Se va pensando en los días previos, lentamente, y luego esos días constituyen una parte esencial del viaje, aunque se perciban un tanto impropios, un tanto ajenos y desoladores.

Al ordenar nuestros viejos mapas ya estamos viajando. Al seleccionar los libros que irán en nuestra mochila, nos encontramos en pleno viaje. La geografía jamás delimita nuestro itinerario. El itinerario. El viaje comienza en el mismo punto que los sueños y acaba cuando acaba la vida
".


Y ahora, mientras selecciono la banda sonora de este periplo, empiezo mi cuaderno de bitácora de estas inusuales vacaciones, fuera de tiempo, inapropiadas en este momento de mi vida, ilusionantes, extrañas... esperando que el viaje, que me acompañará siempre, sea provechoso.

Seguiré informando.

jueves, 25 de marzo de 2010

De la RAE, de la práctica siete, de Clark Gable y del saber estar

Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar



- “La práctica siete no pienso hacerla. ¿Por qué? Porque no me apetece”

Aún sonrío cuando recuerdo aquel día en el que, con esa cara de no haber roto un plato, y abriendo esos ojos enormes, soltó aquella frase. Reímos todos, y ella se sorprendió.

Era junio y habíamos tenido todo un curso académico para conocernos. Ella era serena, estudiosa, educada… la chica morena que se sentaba en la tercera fila, que se ponía colorada al hablar en clase y que siempre sonreía de esa forma en la que lo hacen los tímidos, con reverencia, desde abajo, casi pidiendo permiso.

No destacaba. No es chica de estridencias ni de hacerse notar y a simple vista conformaba la veinteava parte de esa masa informe y homogénea constituyen los jóvenes de cualquier aula. Era una más: iba vestida de forma desenfadada con los sempiternos vaqueros, la camiseta y las zapatillas de lona. Como todos. Pero, inexplicablemente, en ella el resultado final era diferente: pulcro, el punto justo entre corrección y comodidad, entre libertad y autocontrol. “Equilibrio”.

Su peinado no era el de ahora. En esos días atrapaba en una apretada y severa cola de caballo unos rizos que se soltaron en algún momento del último año, quizás al tiempo en que, al relajar la timidez su tenaza, se liberó su particular sentido del humor, socarrón y gentil, profundo y antiguo… Otra vez “equilibrio”.

Supongo que en ese momento yo no sabía que ese era su punto fuerte, pero durante los últimos doce meses no ha dejado nunca de sorprenderme su capacidad de “saber estar”, de hacerse escuchar sin jamás alzar la voz, de ser capaz de hacer mucho más notable su ausencia que su presencia.

Ahora que llego al final de esta descripción, se me hace inevitable pensar en el hecho de que ella va a leer esto y que no encuentro ningún detalle gracioso, personal y con jugo suficiente para quitarle hierro a este asunto y evitarme el temido “pelota” que ya veo que va a llamarme. Podría haber hablado de que le gusta Serrat, de que disfruta con los musicales y con una buena película clásica y de que pagaría por poner a Dios y a Clark Gable por testigos de cualquier cosa. Pero ninguna de estas cosas dicen más de ella que lo anterior, sino para redundar en lo mismo. Así que, tras meditarlo un poco, así se queda.

De todas formas ella nunca me llamaría “Pelota”.

Ella nunca usaría un término tan vulgar como impreciso, me llamaría halagadora, carantoñera, tiralevitas, lisonjera, alabancera, aduladora, cobista, obsequiosa, panegirista, lagotera, embelecadora o incluso lavacaras…y lo haría de un tirón, como si nada, sonriendo, mientras la RAE, Clark Gable y yo, muertos de risa, le dedicaríamos nuestra más profunda reverencia.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Laboratorio C. Facultad de Comunicación. Cien pasos noroeste.


Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar


Cualquier tiempo pasado fue anterior” Les Luthiers

Uno, dos, tres, cuatro… veintisiete, veintiocho… setenta y dos… cien. Exactamente cien. No noventa y nueve ni ciento tres, sino cien pasos exactos desde que traspasé la puerta de entrada hasta que, ahora, en un instante, abra la puerta y una quincena de caras se vuelvan hacia mí.

Adelante. Entro y me siento. Levanto la vista. Misma luz cálida, mismos techos altos, mismo olor a cal. Las mismas paredes rugosas y los materiales prefabricados, la consabida “tarima de las alturas cambiantes” según el ego del orador, las mesas en serie, la gran pizarra verde, los corchos en las paredes con anuncios de hipotéticos pisos, cursos, oportunidades… el mismo murmullo, el mismo ruido, el mismo ambiente joven.

Imágenes de otros tiempos, de otras clases, de otras voces acuden a mis, mucho me temo que oxidadas, neuronas: ¡Todo es tan igual y tan diferente a un tiempo! El espacio se ha ampliado. Enormemente. Retroproyector, altavoces, ordenadores a doble pantalla, micrófonos, auriculares, sillas tapizadas en rojo con ruedas giratorias, torres de alimentación, cables en el suelo…

¿Es esto un aula? Lo es. Debe de serlo. Lo pone en la puerta: “Laboratorio C”. Facultad de Ciencias de la Comunicación Audiovisual.

Sí que es un aula. La mía. O eso es lo que espero, fervientemente, mientras cuento los años: Uno, dos, tres, cuatro…trece… dieciseis... dieciocho. No diecisiete ni veintiuno, exactamente dieciocho años de camino desde que por primera vez entré, con mucha menos aprensión que hoy, en un aula universitaria.

lunes, 8 de marzo de 2010

Las únicas verjas...


Las únicas verjas..., originalmente cargada por Ayliña.



"Las únicas verjas que me gustan son las abiertas. 

Sólo en su gesto implican una ruptura de cadenas"




Os dejo aquí los enlaces a las dos partes de un cortometraje:

Cursi, dirán algunos y yo sólo os puedo decir que a mí me parece precioso.

Quien lo vea ya me dirá.

El circo de la Mariposa.

sábado, 6 de marzo de 2010

¿Dixlesia o afán de contradicción?


¿Dixlesia o afán de contradicción?, originalmente cargada por Ayliña.


Yo soy yo y mi circunstancia” José Ortega y Gasset
Publicación para la clase de Guión Audiovisual. UDC. para Wagon-bar



Me pidieron no hace mucho que me definiera con una foto y dieciséis datos que considerara reveladores sobre mí.
De esto hace exactamente un año y un mes.

Y pensé que el poco tiempo transcurrido me facilitaría el trabajo de hoy.

Acudo al foro donde lo escribí. Leo y me sorprendo. No debería. El título aún es válido, aunque quizás sólo el título. Al fin y al cabo, sigo siendo yo.

No me veo. O al menos no me veo en todos aquellos datos con los que intentaba dar una idea de lo que soy. O de lo que era. O de lo que quería dejar ver que era:

¿Ingenua? Sí, claro, eso no se cura.
¿Idealista? Tristemente ya no tanto.
¿Independiente? Resulta hasta irrisorio: a mi edad y de vuelta a casa de mis padres.

Lo demás escrito es tan trivial que hasta temo que alguien lo lea.

Empiezo de cero. Por el principio. O por el final. Según mi pauta:

Primogénita. Estudiante. Minusválida. Fotógrafa. Divorciada. Economista. Parada. Fiel. Leal. Optimista. Responsable. Luchadora. Insegura. Frágil. Irritable. Torpe. Voluble. Insegura otra vez. María.