jueves, 8 de abril de 2010

Cuaderno de Viaje. Última jornada. Despedida y cierre.

Cuatro horas de sueño y más de tres mil kilómetros en doce horas no son los mejores ingredientes para cerrar esta bitácora pero ésta era la regla inicial: escribir todos los días. Allá voy.

Hamburgo nos despidió frío y lluvioso. Julia y Moncho nos acompañaron al aeropuerto. Pobres. Estaban agotados y yo creo que un poco deseosos de retomar su ritmo normal de vida, pero tienen con cinco meses por delante para recuperarse de la visita familiar antes de volver a vernos a finales de agosto. Se recuperarán.

Creo que una de las mejores cosas que se pueden decir al abandonar un lugar es: “Quiero volver”. Quiero volver a Hamburgo y existen razones objetivas y subjetivas para ello. Una de las grandes cosas que he descubierto es el respeto que demuestran los alemanes en todos sus actos. La coacción parece no existir en este país donde la gente se comporta como debe porque es lo correcto y no porque exista una sanción que lo amedrente. Un ejemplo de esto son los trenes. En los transportes públicos de Hamburgo no suele pasar un revisor (yo no vi ninguno) pero todo el mundo paga su billete, viajan con sus perros y sus bicicletas y a nadie se le ocurre no usar las papeleras. Vivo en una ciudad donde hasta los perros de asistencia tienen problemas, donde en nuestros sucios buses no pueden viajar más de un carrito de compra, una silla de ruedas o un coche de niño simultáneamente en base a no sé que norma absurda. En Alemania las normas rigen la convivencia, como en todas partes. La diferencia está en que, en España, la apariencia de arbitrariedad y el afán sancionador hacen que, en muchos casos, se muestren al ciudadano como trabas más que como ayudas.

El resultado de este respeto se ve en mil detalles en esta ciudad: Las mantas impecables en las terrazas de la ribera que nadie roba, los perros con entrada libre en todos lados, las bicicletas como reinas y señoras de las calles: a miles, a cientos de miles… Quiero volver.Quiero que mi país de Sanchos y Lázaros se alemanice un poco. O quizás sólo quiero volver.




Un viaje es una suma de impresiones en el haber de nuestra vida. Con el tiempo se fijan las esencias que lo conformarán en nuestro recuerdo. Una de las más importantes es la gente que te ha acompañado. Yo he hecho este viaje con mi familia, esta cambiante familia mía donde los miembros no siempre somos los mismos y que evoluciona como un ente con vida propia. Estos días me he acercado a ella otra vez quitando algunas de las piedras que yo misma he levantado por mil razones y ninguna válida. Los adoro. A todos y a cada uno de ellos: a mis padres, siempre ahí, pilares inamobibles de los “números clausus” de la gente imprescindible en mi vida, siempre presentes, siempre a la orden… a mis hermanos y a sus parejas, tan diferentes a mí, tan diferentes entre ellos. Creo que ha llegado el momento de regresar, dar la cara y rendir cuentas. Final de viaje y cambio de rumbo.

En resumen, me lo he pasado bien. Así de simple. He andado como hacía tiempo que no lo hacía, he visto lugares increíbles, he sacado dos millones de fotografías con las que torturaré a mis amigos por meses…Me lo he pasado bien.

Acabo este cuaderno de bitácora con otro extracto del mismo texto con que lo empezaba, el “Cuaderno de Corto Maltés” de Tomás Pavón.

“Un viaje nunca concluye en las costas de la última escala. Prosigue en la memoria, y el trayecto recorrido viene a ser el mapamundi que se consulta previamente, antes de que el recuerdo suelte amarras.”

En un minuto pasaré la goma de la libreta. Fin. En A Coruña, a 5 de abril de 2010.

1 comentario:

  1. Qué bien escribes María, he disfrutado haciendo ese viaje contigo a través de tus palabras.
    De ahora en adelante te voy a "vigilar".
    Un biquiño

    ResponderEliminar