miércoles, 7 de abril de 2010

Cuaderno de viaje. Hamburgo. Primera Jornada.Toma de contacto.



En primer lugar: Aquí se amanece muy temprano. En segundo: la idea que tienen los alemanes de lo que es un desayuno es similar a la mía cuando miro mi cuenta bancaria: nunca parece suficiente.


Dos horas comiendo como si no hubiese un mañana: Ahumados, Roastbeef, carne sazonada, panes de mil formas y sabores, quesos, ensaladas, jamón alemán, fruta, tomates, dulces, chocolate…casi rodando hemos llegado al metro ligero que nos ha llevado al puerto de Hamburgo, uno de los más grandes de Europa, lo que resulta increíble teniendo en cuenta que esta ciudad no tiene mar.



El paseo en barco por el Elba me muestra toda mi ignorancia. Esperaba una ciudad pequeña y me encuentro con que, en superficie, supera a Madrid con creces, y que el puerto es, con diferencia, el más grande que he visto en mi vida.



Nos recibe de vuelta el barrio portugués y sus “pastalerías” donde sus mil olores maravillosos nos envuelven hasta ponernos, de repente, en la maravillosa iglesia de Saint Michelis, con su techumbre de cobre verde, su orfeón, y su torre que pone por primera vez Hamburgo a nuestros pies con sus más de dos mil cuatrocientos puentes. Más que Venecia, Ámsterdam y Londres juntos. Otra vez mi ignorancia.



Paseamos por los alrededores del puerto y empezamos a descubrir el carácter de esta ciudad donde las bicicletas reinan por derecho propio. Hay ganas de callejear pero nos espera a las afueras la familia de Julia para un “café alemán” así que, tren, coche y entornos maravillosos donde el brezo de todos los colores alfombra pueblos preciosos.



Café alemán. Ja. Un café alemán es la excusa para tomar cantidades ingentes de tartas enormes. Para describir el cuadro de esta tarde hace falta implorar a la concepción surrealista de quien quiera imaginar una escena en la que cuatro españoles de los cuales tres no hablan alemán y cuatro alemanes de los cuales los mismos no entienden una palabra de español, consideran que hablando alto, retardando las palabras y gesticulando mucho tienen más posibilidades de ser entendidos mientras se atiborran de trozos de pastel del tamaño de un mamut pequeño. Creí que Moncho y Julia, improvisados traductores, morían de un infarto en aquel salón de té, que parecía el comedor de una casita de campo en el pueblo de Heide. Al final, sobrevivieron.



Ya de vuelta cena tranquilita en casa: Hering tartar (tartar de arenque: tengo la receta) y pollo a la mostaza. Todo muy recomendable.



Sigo sin saber quien es este armario ropero de 1,90, que cocina como los ángeles, habla alemán, se viste de traje entre semana y se parece vagamente a mi hermano pero hoy estoy demasiado cansada para averiguarlo.



Mañana más.

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